Diez lanzamientos en el espacio de siete años y luego… puff, nada. Los Peyotes aparentemente se desvanecieron en el humo que sabían muy bien que nos hizo mal. Pero ahora están de vuelta, rompiendo el libro de reglas una vez más para colmarnos de rock de garaje de corazón malvado en un álbum que recoge y mezcla directamente desde la tumba del rock de garaje con dosis de psicodelia salvaje y movimiento de cadera yé- S.M.
Prepárate para ser golpeado, bastardeado y dejado temblando en el suelo mientras te golpean con 13 pistas nuevas.
Dicen que todos somos iguales. Monstruos de pelo largo. Drogas, sexo y todo lo sucio. Odiadores de la autoridad. Pero a Los Peyotes les importa un carajo. Mientras escupen en la pista de apertura, la gente es una mierda, pero bueno, al menos su perro no lo es. Al diablo con los que odian y los críticos, todos piensan que son uno. Mira a tu alrededor. Pero, ¿a quién le importa cuando Los Peyotes están mordiendo con toda la fuerza que tienen? Guitarras con manivela, una Farfisa punzante y esos omnipresentes aullidos de ojos desorbitados.
El suyo es, y siempre ha sido, un garaje que se remonta directamente a sus furiosos antepasados; Los Saicos, Los Sonics, Los Shakers, Las Semillas; y en su nuevo álbum, Vírgenes, no solo mantienen la llama sino toda la maldita ciudad incinerada alimentada por el pecado ardiendo.
Se levantan en una locura arremolinada en pistas como No Puedo Aguantar Más (I Can’t Take Anymore) antes de hacer que todo se derrumbe en canciones como la desenfrenadamente espeluznante Dame Dinamita (Gimme Dynamite). Y sí, por supuesto, todo está cantado en español, trazando una línea que se remonta firmemente a sus ancestros musicales que impulsaron ese sonido de invasión británica como nadie más para allanar el camino al proto-punk.